

|
|
|
|
|
Cuenta
la historia que a principios del siglo XIII
sobre (1217), viven en Teruel dos familias,
probablemente hidalgas y de las principales
familias de la villa de Teruel, por lo que se
sabe, en buena armonía. Mientras que los
Segura disfrutaban de una posición económica
acomodada, los Marcilla no parece que tuviesen
tal suerte. Isabel de Segura, heredera de los
primeros, y Diego Marcilla, segundón de la
otra, eran dos jóvenes de parecida edad, se
conocían desde niños, jugaron juntos y al
llegar a la adolescencia trocaron amistad por
un profundo amor.
Un día y de común acuerdo con su amada, el
joven solicitó la mano de Isabel. D. Pedro de
Segura, padre de la novia, se opuso
tajantemente, alegando
la falta de recursos de los Marcilla, o ya
fuese por las frecuentes desavenencias entre
familias rivales, ya fuese por razón de la
limpieza de sangre (ser cristiano viejo), que
entonces se miraba mucho, el caso es que los
padres no estaban de acuerdo con esos
amores. Que en el caso de Diego estaba
agravada por la legislación civil: la herencia
familiar, escasa o abundante, pasará íntegra
al hermano primogénito y como ocurre también
en todas las historias de este género, puesto
que son copia de la única realidad que
entonces imperaba, los padres de Isabel
decidieron casar a la moza para no dar lugar a
que creciese aquel amor imposible. Ante esta
negativa, Diego Marcilla solicita de D. Pedro,
un plazo de cinco años para intentar mejorar
su suerte. Estamos en el Aragón de la
Reconquista, el poder almohade acaba de ser
destrozado en forma definitiva en las Navas de
Tolosa; ahora, el territorio controlado por
los musulmanes aparece como presa fácil para
el empuje cristiano, está al alcance de la
mano de guerreros afortunados conseguir
riqueza y honor. El tesón de los novios vence
la inicial reticencia paterna y se consigue el
acuerdo; de inmediato el joven parte a la
guerra. Pasan los cinco años y Diego no
regresa ¿habrá muerto? ¿será que olvidó su
promesa? La falta de noticias autoriza al
padre de Isabel para, sin faltar a su palabra,
concertar la boda de su hija con D. Pedro
Fernández de Azagra, hermano del señor de
Albarracín, cuya familia es probablemente la
más acaudalada y poderosa de la frontera.
El día de la boda, a celebrar en la
principal iglesia de la ciudad, todo Teruel se
encuentra en fiestas, no en balde se están
uniendo dos familias de lo más notable. Un
jinete cruza la muralla, extrañado por el
alegre ambiente que reina en las calles, en
aquellos días, una celebración de tan
poderosas familias, era motivo de fiesta,
pregunta la causa y al oír la respuesta, sin
perder tiempo se dirige hacia la iglesia,
entra corriendo y atraviesa la nave principal,
y llega a los pies del altar mayor justo a
tiempo para escuchar la bendición del
sacerdote a los recién casados.
Como
podéis imaginar ese jinete D. Diego, que
ahora era rico y ennoblecido por su valor y
decisión en el campo de batalla. Ante lo
inevitable de no poder parar la boda, solicita
a su amada Doña Isabel de Segura un único
beso de despedida, casta y obediente a la
voluntad de sus padres como era Isabel, se lo
negó, bien que su corazón le pedía aquello y
mucho más. Aquella negativa fue más fuerte que
el corazón lacerado del infortunado Don Diego,
se le borró el mundo de la vista, quedando en
sus pupilas la dulce y atormentada imagen de
su amada, y cayó allí mismo fulminado. Al
entender su corazón que nunca más podría latir
para Isabel, prefirió dejar de latir para
siempre. La noche convierte a la ciudad en
alboroto por la boda. Corrió la voz por toda
Teruel y se iluminaron sus ventanas con la luz
de antorchas y candiles. El día siguiente la
familia de Don Diego Martínez de Marcilla
estaba llamada a funeral en la iglesia
catedral por Don Diego. Despunta en día,
hoy tendrán lugar los funerales por el
desgraciado guerrero Don Diego, en la misma
iglesia donde su amada se había desposado. En
mitad de la ceremonia aparece una dama
ataviada de riguroso luto, altiva y bellísima,
era la infortunada amante, perdida en el
delirio de su amor perdido, y condenada a amar
a quien no la amaba, los pies la condujeron
con determinación hacia el funeral prohibido.
Se acercó al catafalco a contemplar a su amor,
y viendo aquellos labios aún abiertos
pidiéndole el beso que le negara unas horas
antes, no pudo resistirse a esa última
petición callada de su amado, y reclinándose
junto a él, cogió entre sus manos la cabeza de
don Juan, y le dio el beso de despedida.
El beso de Isabel fue de los que resucitan a
los muertos. Pero le faltó a ella el aliento
para sobrevivir a aquella explosión de dulzura
y amargura. Su corazón estaba ya tan malherido
que sucumbió al beso del cual no pudo separar
sus labios. Maravillados los asistentes de la
duración de aquel beso, quisieron levantar a
la infortunada amor de Don Diego, pero el beso
la había fulminado. La familia de Don Diego se
doblegó a la violencia de aquel amor,
tendieron a Isabel junto a su amado,
celebraron el funeral por ambos. Las
familias muy afectadas, con un profundo dolor
por el imprevisto desenlace, y una vez
superado el horror inicial, deciden
enterrarlos juntos, en la nave de la misma
iglesia donde ocurrió la tragedia, de sus
hijos. Esta historia podría confirmarse
como real, porque existe un acta notarial
fechada en 1619 que atestiguan una exhumación
de dos cuerpos, realizada en la iglesia de San
Pedro en 1555 durante unas obras. Enterrados
bajo el pavimento aparecen los cadáveres de un
varón y una mujer, que son los restos que
ahora reposan bajo el mausoleo de Juan de
Ávalos. Los resultados de los análisis
realizados en el año 2004 corroboran el origen
medieval, aunque con ciertas discrepancias
según las diferentes muestras. Mientras que
algunas apuntan a 1260 como antigüedad máxima,
con un margen de error de unos cuarenta años,
en buena armonía con la fecha de 1217, donde
varias crónicas sitúan los hechos; otras las
datan entre los siglos XIV y XV. Una plausible
explicación sería la posible contaminación con
otras fuentes ocurridas durante algún traslado
o levantamiento no registrado. Parece
cierto que al descubrirse los cadáveres, de
inmediato fueron atribuidos a Los Amantes de
Teruel. Por lo que sabemos en aquella época
las historias y leyendas iban de boca en boca
por lo juglares. Tradición que fue escrita en
el mismo siglo, y donde se narraba el drama de
unos amantes. Esta historia ha llegado a
nuestros días, y aunque hay muchos indicios no
se puede probar a ciencia cierta, lo que la
convierte en una “Historia de Leyenda”, que
quedara en nuestros corazones por siempre. |
|
|
|
|
|
|
|