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Cuenta
la leyenda, que en una de las villas
medievales mas populares Montblanc (Monte
blanco) de Catalunya(España), situada en pleno
corazón de la Ruta de Cister. Vivía un dragón
terrible con largas uñas y con un aliento de
fuego. Este dragón hacia huir al pueblo,
mataba a sus gentes, a sus animales,
destrozaba sus cosechas. Los aldeanos
decidieron que para contentar al dragón, le
darían cada día dos ovejas para que el dragón
comiese y los dejase tranquilos, porque si le
faltaba el alimento iba en busca de él hasta
la misma muralla, los asustaba y, con la
podredumbre de su hediondez, contaminaba el
ambiente y causaba la muerte a muchas
personas. Al cabo de cierto tiempo los
lugareños de la región se quedaron sin ovejas
o con un número muy escaso de ellas, y como no
les resultaba fácil recebar sus cabañas,
celebraron una reunión y en ella acordaron
arrojar cada día, para comida de la bestia,
una sola oveja y a una persona, y que la
designación de ésta se hiciera diariamente,
mediante sorteo, sin excluir de él a nadie.
Así se hizo; pero llegó un momento en que casi
todos los habitantes habían sido devorados por
el dragón. Cuando ya quedaban muy pocos, un
día, al hacer el sorteo de la víctima, la
suerte recayó en la hija única del rey.
Entonces éste, profundamente afligido, propuso
a sus súbditos: drles todo el oro y toda la
plata y hasta la mitad de su reino si hacéis
una excepción con mi hija. Yo no puedo
soportar que muera. El pueblo indignado
decidió no aceptar. Y le hicieron saber que
el fue quien propuso que las cosas se hicieran
de esa manera. A causa de su proposición los
lugareños habían perdido a sus seres queridos,
y ahora, porque le ha llegado el turno a la
suya, pretende modificar su anterior
propuesta. No pasamos por ello. Si su hija no
es arrojada para que coma el dragón como lo
han sido hasta hoy tantísimas otras personas,
lo quemarían vivo y prenderían fuego a tu
castillo. En vista de tal actitud el rey
comenzó a dar alaridos de dolor y a decir:
quejándose de que no podría ver casada a su
heredera, a su dulce hija. Después,
dirigiéndose a sus ciudadanos les suplicó otra
vez, aplazad por ocho días el sacrificio de mi
hija, para que pueda durante ellos llorar esta
desgracia. El pueblo accedió a esta
petición, pero, pasados los ocho días del
plazo, la gente de la ciudad trató de exigir
al rey que les entregara a su hija para
arrojarla al lago, y clamando, enfurecidos,
ante su palacio decían pedían a gritos que se
cumpliese el turno de su hija, que el dragón
tenia hambre y estaba apostado en las
murallas. Convencido el rey de que no
podría salvar a su hija, la vistió con ricas y
suntuosas galas y abrazándola y bañándola con
sus lágrimas, le decía a su hija creía que
ibas a darme larga descendencia, y he aquí que
en lugar de eso vas a ser engullida por esa
bestia. Pensaba invitar a tu boda a todos los
príncipes de la región y adornar el palacio
con margaritas y hacer que resonaran en él
músicas de órganos y timbales. Y qué es lo que
me espera verte devorada por ese dragón. Ojalá
pudiera yo morir antes que perderte de esta
manera. La doncella se postró ante su padre
y le rogó que la bendijera antes de emprender
aquel funesto viaje. Vertiendo torrentes de
lágrimas, el rey la bendijo. Tras esto, la
joven salió de la ciudad y se dirigió hacia la
cueva del dragón. Caminaba llorando a cumplir
su destino. En ese momento un jinete montado
en un caballo blanco con todos sus enseres y
armadura San Jorge se encontró casualmente con
ella y, al verla tan afligida, le preguntó a
la dama, la causa de que derramara tan
copiosas lágrimas. La doncella le contestó,
noble caballero no os detengáis, vete con tu
caballo y huye a toda prisa, porque si no
también a ti te alcanzará la muerte que a mí
me aguarda. A lo que el le contesto no temas
hija, cuéntame lo que te pasa y dime qué hace
allí aquel grupo de gente que parece estar
asistiendo a algún espectáculo. Ella le
contesta que se apresurase a salir de allí,
que corriera con su caballo y se alejase lo
antes posible. Pero San Jorge insistió, de no
moverse de allí hasta que no le contase lo que
le sucedía. La muchacha le explicó su caso, y
cuando terminó su relato, Jorge le dijo le
dijo que no tuviese miedo que en el nombre de
Cristo el le ayudaría San Jorge le dijo que
era ella la que de inmediato se tenia que
poner a salvo, que el lucharía para matar al
dragón y mientras que hablaban el dragón sacó
la cabeza y empezó a avanzar hacia ellos.
Entonces la doncella, al ver que el monstruo
se acercaba, aterrorizada, gritó al caballero,
para que huyera. San Jorge, de un salto, se
acomodó en su caballo, se santiguó, se
encomendó a Dios, enristró su lanza, y,
haciéndola vibrar en el aire y espoleando a su
cabalgadura, se dirigió hacia la bestia a toda
carrera, y cuando la tuvo a su alcance hundió
en su cuerpo el arma y la hirió. Acto seguido
echó pie a tierra y dijo a la joven que se
quitase el cinturón y sujetase con él al
monstruo por el cuello. Una vez que la
joven hubo sujetado por el cuello, cogió el
extremo del cinturón se lo dio a la doncella y
como si un perrillo se tratase se dirigió
hacia las murallas, donde la muchedumbre
estaba amontonada. Cuando llegó a la puerta de
la muralla, el gentío que allí estaba
congregado, al ver que la doncella traía a la
bestia, comenzó a huir hacia los montes dando
gritos. Pero San Jorge trató de detenerlos y
de tranquilizarlos. Con voz fuerte les decía,
no tengáis Dios me ha traído hasta esta ciudad
para libraros de este monstruo. Creed en
Cristo y bautizaos, ya veréis cómo mato a esta
bestia en cuanto todos hayáis recibido el
bautismo. Rey y pueblo se convirtieron y,
cuando todos los habitantes de la ciudad
hubieron recibido el bautismo San Jorge, en
presencia de la multitud, desenvainó su espada
y con ella dio muerte al dragón, cuyo cuerpo,
arrastrado por cuatro parejas de bueyes, fue
sacado de la población amurallada y llevado
hasta un campo muy extenso que había a
considerable distancia. Veinte mil hombres
se bautizaron en aquella ocasión. El rey,
agradecido, hizo construir una iglesia enorme,
dedicada a Santa María y a San Jorge. Por
cierto que al pie del altar de la citada
iglesia comenzó a manar una fuente muy
abundante de agua tan milagrosa que cuantos
enfermos bebían de ella quedaban curados de
cualquier dolencia que les aquejase.
Igualmente, el rey ofreció a Jorge una inmensa
cantidad de dinero que el santo no aceptó,
aunque sí rogó al monarca que distribuyese la
fabulosa suma entre los pobres.
En el siglo XV algunas versiones hacen
coincidir esta práctica con la Feria de las
rosas o de los enamorados que tenía lugar en
Barcelona durante el verano. Es un hecho
constatado que en aquella época ya se
repartían rosas a las mujeres que asistían a
la misa oficiada en la capilla de San Jorge
del Palacio de la Generalidad de Cataluña |
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